Saco el helado de Turrón del congelador. Extiendo una servilleta de papel en curiosa armonía con la tarrina. Con extrema delicadeza coloco encima la larga cucharilla que robé del McCafé. Lo hice por curiosidad, por vivir experiencias, y que coño, porque la cuchara molaba.
Me siento y enciendo el portatil. Levanto la vista de las teclas tan sólo un segundo y analizo la gente de la habitación. Cuatro personas apretujadas en el sofá, a cual más rara.
Echo la vista atrás dos/tres días y observo todo lo que había y lo que hay. Gente que no se hablaba entonces, ahora están abrazados en el sofá, respirando al unísono y con las bocas pegadas para no desperdiciar saliva.
Lo que siento por dentro es una mezcla entre repugnancia y melancolía.
Repugnancia de que dos personas que juren amor eterno, DOS PUTOS DÍAS después estén comiéndoselo todo. De manera literal y además en público. Pues eso, es repugnante. Repugna un montón. y no es que ninguno de los dos den asco, pero el hecho en si, SI.
Lo de la melancolía creo que lo voy a borrar de vuestras mentes, porque me lo he pensado mejor y me he arrepentido. Os dejo, que el helado se derrite y me siento malo para continuar.
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