Las lágrimas corren con fuerza por sus mejillas. Acaba de dar el último toque a la carta, y la ha sellado y grabado. Esa será la última vez que la modifique, y por eso es por lo que llora, para cerrar el pacto.
Empieza a fallarle el aire y coge una cocacola de la mesita. Un chute de cafeína es justo lo que necesita en ese preciso momento. Encuentra vodka en el armarito de la tele, y alegra con él la cocacola. En cuanto la vista se le nubla se da cuenta de que aún sigue llorando, y se levanta del sofá. Va dando tumbos por el pasillo hacia el maletín sanitario recién estrenado, y a tientas busca un cutter. Uno de esos esterilizados tan útiles en las suturas.
Se derrama un poco de vodka en el brazo y lo extiende, y lentamente comienza el mismo ritual de marcas que lleva realizando desde pequeño.
Abraza esa sensación con una mueca extraña, entre sonrisa y dolor, notando la sangre gotear por acción de la gravedad. Cuanto tiempo, se dice sonriéndose a si mismo, y entonces mira abajo, y en medio del charco de sangre encuentra la foto de Lucinda, y acto seguido se lleva las manos a la cabeza, y se desmaya.