Aquella tarde quedamos como todos los miércoles hacíamos, un polvo rápido y cada uno a su casa. Subiendo por el ascensor me quité la camisa, me eché un poco más de perfume por el cuello y me preparé para una sesión de sexo bestial.
Me abriste totalmente desnudo, y sonriendo con esos dientes tan perfectos en una sonrisa tan pícara.
Pasamos directos al sofá, me empujaste y te tiraste encima.
Lo hicimos como nunca antes, pero cuando acabé ni siquiera me di cuenta de que ya habías terminado.
<¿Qué tal ha estado?> te pregunté. a lo que tu respondiste que como siempre, y entonces supe que lo que había cambiado era mi forma de ver las cosas, y ya habías dejado de ser aquel príncipe de las tinieblas que me juró amor en lo alto de la catedral de Burgos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario